La luz apenas lograba alumbrar la escena. A cuadro se muestra a una mujer hincada, con los ojos vendados y atada de los brazos mientras es apuntada por dos armas largas que sostienen hombres vestidos con pantalones camuflados y botas. La joven respira con dificultad y arrastra las palabras mientras un tercer individuo la interroga:
– ¿A qué te dedicas?, le cuestionan.
– Era halcón del Cártel del Golfo, respondió la mujer.
Alrededor de tres minutos, el vídeo difundido en redes sociales a inicios de septiembre muestra a la joven, identificada como Diana Mendoza, mientras es amagada por presuntos miembros de un grupo criminal. Los hechos no se suscitan en Sinaloa, en Jalisco o Michoacán sino más bien en un estado que, aunque no siempre lo parece, también respira los estragos del crimen organizado: San Luis Potosí.
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Diana afirma ser originaria de Charcas y admite haberse desempeñado como integrante del Cártel del Golfo, la misma organización que ahora la tenía captiva. ¿El motivo? Según su relato en la grabación, fue obligada a proporcionar información sobre la organización delictiva a la que pertenecía a sus rivales del Cártel del Noreste.
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